‘Gambling Man’ es el retrato del hombre capaz de apostar miles de millones tras una conversación de 12 minutos. Y perder
El capitalismo tecnológico defrauda continuamente a sus inversores respecto a aquello que continuamente les promete. En 2022, cuando Masayoshi Son anunció pérdidas de 23.000 millones de dólares en SoftBank, el mercado fingió sorpresa ante lo que era inevitable: el colapso de una burbuja inflada por la propia megalomanía de sus arquitectos.
No era la primera vez que Son veía evaporarse una fortuna. Ya había perdido el 99% de su riqueza en el crash de las ‘puntocom’. El patrón se repite porque debe repetirse: la eterna reproducción de lo mismo, donde cada ciclo de boom y bust tecnológico necesita sus propios profetas y mártires. Son representa ambos roles con particular dedicación.
La nueva biografía de Lionel Barber sobre Masayhoshi Son, ‘Gambling Man‘, retrata a un hombre que ha convertido el riesgo extremo en espectáculo. El libro pretende desentrañar el genio tras las decisiones aparentemente irracionales, pero termina revelando algo más importante: cómo el capitalismo tecnológico moderno ha normalizado la temeridad como virtud empresarial.
Son, que gusta de compararse con Napoleón y Gengis Khan, encarna la violencia de un sistema que ha hecho de la disrupción su mantra. Invierte 4.400 millones de dólares en WeWork tras una conversación de 12 minutos porque puede hacerlo –como bien retrató la fenomenal WeCrashed, de Apple TV+–, porque el sistema premia el gesto grandilocuente sobre el análisis riguroso. La racionalidad económica se subordina al imperativo del espectáculo.
El mecanismo necesita, por supuesto, de una distorsión de los objetivos que dice perseguir. SoftBank no busca realmente identificar las mejores empresas tecnológicas del futuro, busca alimentar la narrativa de que puede hacerlo.
La realidad es que el Vision Fund opera como una máquina de validación: validación para Son, que encontró en el dinero y el éxito una forma de superar la discriminación sufrida en el Japón de posguerra; validación para los fundadores que reciben sus inversiones; validación para un mercado que necesita creer que alguien, en algún lugar, puede ver el futuro.
«Si eres inteligente no necesitas el apalancamiento, y si eres tonto no deberías usarlo», dijo Warren Buffett, quien además de ser el mejor inversor de la historia es un gran representante de un capitalismo más sobrio y metódico. Quizás lo primero no se entiende sin lo segundo.
Son representa la antítesis de Buffet: un sistema donde el apalancamiento masivo –SoftBank llegó a acumular más de 150.000 millones en deuda– no es un medio sino un fin en sí mismo. La deuda como espectáculo, como demostración de poder.
Lo que sorprende no es que Son haya sobrevivido a sus fracasos, sino que el sistema los necesite. Cada pérdida multimillonaria refuerza su imagen de visionario incomprendido, dispuesto a apostar contra el consenso. «En algún momento, todos te dirán que estás loco», proclama. La línea entre visión y temeridad se ha vuelto deliberadamente difusa.
Hoy, mientras impulsa una nueva apuesta multimillonaria en chips para IA, Son sigue representando su papel en esta obra. El público aplaude porque debe aplaudir: la ficción de que tras cada nueva burbuja tecnológica hay un genio visionario es demasiado reconfortante como para abandonarla. El show debe continuar, aunque todos sepamos cómo termina.
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‘Gambling Man’ es el retrato del hombre capaz de apostar miles de millones tras una conversación de 12 minutos. Y perder
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Javier Lacort
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