La búsqueda de una mejora continua. Evolucionar para ser mejores con pequeños cambios que van, muy poco a poco, perfeccionando el producto rozando lo enfermizo. Estas son las bases de la filosofía Kaizen.
El nombre, de hecho, representa a la perfección de aquello que trata de explicar. No puede ser más explícito ya que utiliza los términos japoneses kai (cambio) y zen (bueno). Por el camino, se trata de aplicar una serie de estrategias para eliminar los procesos más ineficientes, corregir los errores lo antes posible aplicando soluciones inmediatas o fomentar la participación colectiva.
Pero hay otros dos pilares que definen a la perfección de lo que vamos a hablar a continuación. La filosofía Kaizen trata de optimizar tiempos y recursos al tiempo que se tiene la mente abierta para aplicar pequeños cambios que hagan evolucionar el producto y llevarlo a un nuevo estadio.
Esto último fue clave a la hora de que naciera uno de los coches más míticos de Toyota: el Supra.
No tendríamos Toyota Supra sin Celica… y sin filosofía Kaizen
Cuando habla de filosofía Kaizen, en Toyota tienen mucho que decir. De hecho, es su manera de explicar qué es un Takumi y por qué tienen en Lexus a figuras encargadas de, simplemente, palpar los coches para descubrir pequeñas irregularidades a corregir durante el proceso productivo.
Es esa idea de combinar pequeños cambios, muy pequeños, que cuando se suman y uno toma distancia para ver el resultado completo se da cuenta de que ha creado un producto completamente disruptivo. Es, de hecho, lo que sucedió con el Toyota Supra.
Para entender el origen del Toyota Supra tenemos que echar la vista atrás. Concretamente medio siglo para irnos a los años 70. Entonces, Toyota empezaba a fabricar el Toyota Celica. Era 1970 y el nuevo deportivo nipón nacía de la base del Toyota Carina al que se le añadía la posibilidad de poder elegir entre un motor de 1.4 o 1.6 litros y dos tipos de cajas de cambios (manual o automática).
El coche nació como un coupé 2+2 para disfrutar relajadamente, combinando buenas prestaciones pero sin sacrificar el confort de marcha. Muy pronto el coche tuvo un rediseño que acentuaba las formas coupé, dejando una sola puerta a cada lado y un enorme portón trasero que facilitaba el acceso al maletero y la carga del mismo.
La acogida fue tan buena que Toyota le dio continuidad al Celica apenas un poco después. En 1977 ya tenía en el mercado una segunda generación que ya se decantó por la carrocería de tres puertas y que, de nuevo, estaba definido por la plataforma del Carina. Y conscientes del potencial deportivo del coche, en 1979 aparece por primera vez la palabra Supra.
El Supra era un acabado especial para el Toyota Celica. Se llamaba, de hecho, Toyota Celica Supra (MkI). Alargaba un poco la carrocería y añadía algunos elementos propios de acabados más costosos como los cuatro frenos de disco o las suspensiones independientes. Pero, sobre todo, añadía un seis cilindros en línea y 2.6 litros entregaba 110 CV. Ese salto en potencia y ese motor fueron los que marcaron el devenir de su futuro.
Aprovechando la segunda generación del Toyota Celica, en 1982 se lanzaría al mercado el Toyota Celica Supra en su segunda generación. Las formas eran ahora mucho más afiladas y se incluían decisiones de diseño que luego serían plenamente identificativas, como los faros escamoteables. El motor de seis cilindros se mantenía pero la potencia se elevó hasta los 145 CV.
Pese a que sumaba más centímetros a lo largo, la batalla era más corta que la de su predecesor. Ahora, sí que sí, se ganaba en agilidad y, por tanto, en sensaciones deportivas. El coche había dado un salto cualitativo en este sentido. El éxito cualitativo se recibió con los brazos abiertos.
La industria japonesa en los años 80 volaba. La intervención estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial ayudó a que la nación pasara de ser un país arrasado a uno de los países más punteros del mundo tecnológicamente. Los clientes potenciales ganaban tanto dinero que todo se aceleró y el automóvil japonés vivía entre generaciones de producto de apenas cuatro años.
Actualmente, un automóvil tiene una vida comercial de unos siete años pero en aquellos momentos se trataba de poner un coche en el mercado en menos de un lustro. Los jóvenes buscaban coches rápidos y potentes en los que gastarse el dinero. La burbuja también proporcionó efectivo para una moda que tomó fuerza en los años 80, el Touge Street Racing.
El Touge Street Racing o Tōge eran carreras ilegales que aprovechaban las amplias carreteras montañosas del país para ascender o descender por las mismas derrapando en cada curva y que continuaron en los años 90. Es lo que podemos ver en Fast and Furious: Tokyo Drift pero que se popularizó hasta el punto de convertirse en una cultura propia, animes incluidos y con espacio en numerosos videojuegos de carreras.
En la coctelera habían entrado los ingredientes perfectos para que Toyota apurara los plazos y en 1986 lanzara la primera versión completamente independiente del Toyota Supra. Volvía por sus fueros, con un seis cilindros en línea que, esta vez, alcanzaba los 200 CV de potencia. Más tarde elevaría esta potencia hasta los 230 CV añadiendo un turbo.
El coche era muy rápido pero creciendo en tamaño y potencia había empezado a tomar formas de Gran Turismo, un coche con el que viajar se podía hacer rapidísimo pero no tan dinámico como antaño. La solución pasó por darle un poco más de picante. ¿Cuánto? Transformarlo en un superdeportivo.
En 1990, Honda había lanzado el Honda NSX, un coche con el que pretendía rivalizar con los mejores y al mismo tiempo posicionar un coche de altísimas prestaciones al alcance de todos esos jóvenes que tenían el dinero por castigo. la respuesta de Toyota llegó en 1993 con el Toyota Supra A80, su generación más recordada.
El Toyota Supra dejó atrás sus formas angulosas y apostó por las curvas, con un enorme eje trasero y un alerón que enamora. Bajo el capó guardaba un seis cilindros en línea de 3.0 litros que en su versión biuturbo alcanzaba los 324 CV y que hizo las delicias de los preparadores. Porque el coche se convirtió en todo un laboratorio con ruedas, sufriendo lo mejor y lo peor del tunning noventero y de principios de los años 2000.
El coche, además, guardaría un halo mayor de misticismo porque no recibió una nueva generación hasta 2018 cuando volvió a la vida con una colaboración entre Toyota y BMW que nos dejó un nuevo BMW Z4 y un Toyota Supra que, de nuevo, volvía con su seis cilindros en línea.
Fotos | Alexandru Ivanov y Chris Demers
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La noticia
La leyenda del Toyota Supra, uno de los deportivos japoneses míticos: la fusión de las carreras ilegales y la filosofía Kaizen
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alberto de la Torre
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