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‘La última reina’ se atreve a jugar a mezclar realidad y ficción. El resultado es tan digno como blandito

'La última reina' se atreve a jugar a mezclar realidad y ficción. El resultado es tan digno como blandito

A la hora de valorar una película histórica, nos situamos eternamente ante una diatriba: ¿Vemos la película por lo que es, o su fidelidad a los hechos históricos debe tenerse en cuenta? ¿Es realmente importante que María Antonieta use zapatillas Nike como en la película de Sofía Coppola, o encontrarnos tiburones en las batallas acuáticas de ‘Gladiator II’? ¿Hasta qué punto debemos permitir que la ficción vaya por su cuenta a la hora de narrar la historia? La pregunta no es baladí, sobre todo viendo un título como ‘La última reina’, que desde su primer minuto advierte que no conocemos la historia exactamente y, como tal, está abierta a interpretaciones.

El retorno del rey

Catherine Parr es uno de los personajes históricos más interesantes del siglo XVI, a pesar de su prematura muerte a los 36 años: no solo se convirtió en la sexta y última mujer del rey Enrique VIII (la única que sobrevivió, por cierto), sino que fue la primera mujer que publicó un libro con su propio nombre en inglés y se convirtió, durante unos meses, en regente de Inglaterra tras la marcha de su esposo. ‘La última reina’ cuenta todo eso de manera fehaciente (a veces dando rodeos innecesarios), pero a partir de ahí hace sus propias invenciones para ajustarlas a un punto de vista moderno. Tristemente, y aunque podría, no juega todas sus cartas correctamente.

Y la culpa de nuestras expectativas es exclusivamente suya. La película se abre con un cartel en el que se nos promete, como poco, que estamos a punto de ver una pequeña gran locura basada solo ligeramente en lo que conocemos: «La historia nos cuenta unas pocas cosas, normalmente sobre los hombres y la guerra. Sobre el resto de la humanidad debemos sacar nuestras propias, y normalmente descabelladas, conclusiones«. Si hubiera seguido su propia guía, sin miedo, dándolo todo en una historia de pura ficción sin tapujos y salvaje, con personalidad propia y utilizando la historia solo como trampolín para narrar una ficción, a ‘La última reina’ le habría ido mejor.

Tristemente, el resultado que tenemos dista mucho de ser descabellado. Es, de hecho, puerilmente plano, con un revisionismo muy light, centrado exclusivamente en el discurso de Parr, un final totalmente inventado y en la creación de nuevos personajes que interactúen con ella y que solo vistos desde el siglo XXI tienen sentido. En lo personal hubiera preferido una puesta al día rompedora, ya puestos a modificar los hechos reales que ocurrieron: el mejunje resultante, aunque es curioso en ocasiones, se torna insípido, especialmente a medida que se acerca el final, y el thriller político se agua hasta no quedar nada del mismo, dejando las tramas y las intenciones a medio gas. Y es una pena.

Yas, queen

Pero todo lo que el guion no consigue levantar lo hace una apasionante Alicia Vikander, que borda su papel de Catherine Parr y da consistencia a un texto fallido. Su interpretación es sensible, directa, dura, brutal y más que correcta, y su compañero no le va a la zaga: Jude Law hace aquí un papel para el recuerdo como un villano al que da gusto odiar. El rey Enrique VIII está representado muy alejado de Shakespeare: es odioso, repulsivo, adicto al sexo, con una pierna carcomida por la enfermedad. Uno nunca pensaría que Law puede llegar a dar asco, pero el poder de su interpretación (se nota que se lo ha pasado muy bien haciéndolo pasar mal) es brutal, uno de los mejores papeles de su amplia carrera. Ya es decir.

Pese a las pegas que se le pueda poner a una producción así, lo cierto es que es la película es muy disfrutable, con una fotografía fabulosa y un ritmo que no deja lugar a la pesadumbre… Al menos hasta que, en su tercer acto, descarrila por completo, no solo en su invención de los hechos históricos, sino también en un guion que corre y corre para acelerar un final tan repleto de ocurrencias que acaba resultando tan vacío como apresurado, rompiendo el tono de thriller dramático calentado a fuego lento del resto de la cinta. Lo dicho: ‘La última reina’ podría haber sido fabulosa, pero le ha faltado ajustar los tornillos aquí y allá para que el engranaje funcionara sin que se le notaran los errores.

Por lo demás, cumple de sobra con lo prometido: los vestidos son exuberantes, las localizaciones exquisitas, la fotografía fabulosa. En los apartados técnicos es tan minuciosa que uno casi puede oler a ese rey seboso, apestoso, con olor fuerte, desgañitándose encima de una reina que ni siente, ni padece, ni quiere hacerlo de ninguna manera. Obviamente, una historia como la de la única esposa de Enrique VIII que acabó viva no puede contarse sin una perspectiva feminista, y la película da en el clavo al mostrar sus problemas y diatribas al respecto (por mucho que se eche de menos un atrevimiento aún mayor).

La crítica más habitual hacia ‘La última reina’ es su falta de fidelidad histórica, sobre todo en su tercio final, pero, como he comentado, a mí me gustaría abrir otra vía: la de la digresión absoluta. Una película no tiene por qué ser un documental ni un artículo de Wikipedia, y habría sido mucho más interesante y atrayente si no se quedara a medio gas entre la ficción y los hechos: una cinta repleta de intrigas políticas, con dos personajes caricaturescos tan fuertes como los de Vikander y Law, podría haberse beneficiado mucho de un director con carisma y ningún miedo a innovar. En su lugar, nos queda algo tan digno como olvidable. Tan ficticio como vacío.

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La noticia

‘La última reina’ se atreve a jugar a mezclar realidad y ficción. El resultado es tan digno como blandito

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por
Randy Meeks

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