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Netflix y los hermanos Russo han subestimado al público con ‘Estado Eléctrico’. La película convierte una obra melancólica y triste en una comedia de acción sin complejos

Netflix y los hermanos Russo han subestimado al público con 'Estado Eléctrico'. La película convierte una obra melancólica y triste en una comedia de acción sin complejos

‘El estado eléctrico’ es una novela increíble. Una de esas maravillas que surgen de vez en cuando, acompañante perfecta de ‘Historias del bucle’, con un Simon Stalenhag absolutamente pletórico narrando una historia definitiva y definitoria sobre el post-apocalipsis, el consumismo norteamericano, la tristeza, la melancolía y el amor que nos une. A lo largo de sus algo más de cien páginas, las ilustraciones nos sumen en un ánimo depresivo, triste, nostálgico a su manera, mientras seguimos el camino lento y alegórico de Michelle y Skip, su robot. Es una obra fabulosa prácticamente imposible de traspasar correctamente a otro formato sin meterse en una producción carísima y prácticamente suicida. Por supuesto, Netflix se ha aliado con los hermanos Russo para adaptarla. El resultado es abrumadoramente terrible.

Robots a mano armada

A estas alturas ha quedado bastante claro que los hermanos Russo, sin Marvel por detrás guiando el tiro, no terminan de acertar y sus presupuestos astronómicos se pierden en mediocridades como ‘Citadel’, ‘El agente invisible’ o ‘Cherry’, sin poder replicar nunca el éxito tanto de crítica como de público que consiguieron con ‘Vengadores: Infinity War’ o ‘Capitán América: El soldado de invierno’. Quizá lo único que necesitan es a una productora fuerte que no tenga miedo de decir que no a sus ideas. Porque, como queda claro después de ver ‘Estado eléctrico’, no son necesariamente buenas.

Ignoro si la idea de convertir el libro de Stalenhag en una buddy movie repleta de acción y comedia fue de Netflix o de los Russo, pero a la vista está que fue un error catastrófico. Lo que ha llegado a nuestras manos es una triste imitación de película que en sus mejores momentos es capaz de copiar los taciturnos planos generales de los dibujos originales, pero erra totalmente en sus intenciones. De hecho, la película no parece tener ninguna más allá de un somero y deprimente «divertir a los espectadores». No es que esté en contra de la diversión tontuela pura y dura (ni mucho menos), pero para ello no hace falta coger otro material que tiene otro propósito muy distinto y tergiversarlo para que pueda entrar en tu idea preconcebida de lo que el público quiere ver.

Nada ni nadie impediría a los Russo y Netflix crear su propia historia postapocalíptica con robots. ‘El estado eléctrico’ no es un libro tan famoso como para necesitar adaptarlo de manera específica, tan solo para coger prestados un par de diseños, dos planos generales y creer que pueden salirse con la suya haciendo que el resto sea abrumadoramente diferente. ¿Chistes? ¿Referencias a la cultura pop de los 80? ¿Un robot que insiste en cortarle el pelo a Chris Pratt? ¿Una lucha final a ritmo de las canciones más típicas posibles? Todo esto está muy bien, de verdad. No hace falta llamarlo ‘Estado eléctrico’. Llámalo ‘Robot world’, o ‘Trapped in the 80s’, o ‘Bot adventure’. No hay motivo para coger un material plagado de intenciones, arrancarlas de cuajo y hacer encajar el resultado, a la fuerza, en un guion que claramente no se escribió con el libro en mente.

Todos mis circuitos

Y ojo: es perfectamente válido y correcto que un director se lleve una historia a su terreno. Pero, si vas a hacerlo, al menos asegúrate de que tu variación se acerca más a ‘El Resplandor’ que al ‘Super Mario Bros’ de mediados de los 90. O, al menos, asegúrate de hablar con el autor y respetar lo que subyace en su obra: si ‘El estado eléctrico’ es una alegoría contra el capitalismo, una oda a la ruina provocada por la comercialidad eterna y un retrato del post-apocalipsis triste y compungido, no deberías transformarlo en un festival de luces de color con robots pegando toñas a humanos al ritmo de ‘Wonderwall’.

No es que la cinta de Netflix no tenga cualidades redentoras: es una película perfecta para pasar el domingo por la tarde, una de estas aventurillas actuales donde repiten lo mismo continuamente para no perderte durante el par de scrolls que hagas en Instagram durante su metraje. Los efectos especiales son más que funcionales y los diseños -especialmente los inspirados en los de Stalenhag- funcionan estupendamente. Sin ser ninguna maravilla ni una película que recordarás cinco minutos después de verla, claro.

Desde luego, no es lo que uno espera de una producción de 320 millones de dólares. De hecho, durante todo el metraje no paraba de preguntarme dónde se habían ido. Ni la acción es espectacular, ni el guion se nota cuidado, ni los actores se han llevado tanta porción del pastel como para justificar este absurdo dispendio. Se han hecho cosas mucho más espectaculares por menos de cien millones de dólares, y sin necesidad de destrozar una obra previa.

‘Estado Eléctrico’, aún con sus carencias al pasar de página a audiovisual, podría haber sido un estupendo drama adulto por mucho menos dinero si Netflix y los Russo hubieran confiado en el público y su inteligencia. Podría (debería, incluso) haber sido una película sobria y triste que reflexionara sobre el mundo en el que vivimos y la deriva que lleva nuestra sociedad. En su lugar tenemos chistes sin gracia, peleas robóticas para todos los públicos y un poco de llantina de brocha gorda para emocionar el espectador más impresionable. No se han atrevido. Nos han subestimado, y de qué manera. Para este viaje a la mediocridad no hacían falta, definitivamente, tantas alforjas.

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Netflix y los hermanos Russo han subestimado al público con ‘Estado Eléctrico’. La película convierte una obra melancólica y triste en una comedia de acción sin complejos

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por
Randy Meeks

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– ¡Hola! Soy Nicolás Jiménez Silva, un apasionado por el mundo digital, el cine, el streaming, la tecnología y la ciencia. En este blog, exploro mis intereses, comparto mis opiniones y descubrimientos, y me sumerjo en las últimas tendencias. ¡Espero que disfrutes de la lectura!

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