En 1772, un grave asunto preocupaba a las élites de Francia y del resto de Europa: su rey era un inútil sexual

En 1772, un grave asunto preocupaba a las élites de Francia y del resto de Europa: su rey era un inútil sexual

En la Francia del siglo XVIII, la prerrevolucionaria, la de Versalles y el hervidero social, había un tema de Estado urgentísimo que preocupaba a los diplomáticos, llenaba horas de debate en las cortes europeas, desesperaba a la poderosa Casa de los Habsburgo-Lorena e inspiraba canciones jocosas en las calles París: el pene de Luis XVI. O mejor dicho: qué hacía con él. O mejor dicho aún: qué no hacía con él.

A pesar de su juventud y de estar casado con una de las damas que mayor fascinación ha despertado en la historia de Europa, María Antonieta, Luis XVI no parecía demasiado interesado en el sexo. Él mismo resumía de forma clara en su diario cómo fue su noche de bodas con la joven austriaca el 16 de mayo de 1770:

«Rien» (Nada)

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Nada pasó esa primera noche de esponsales entre el joven Delfín francés, que por entonces tenía 16 años, y su aún más joven esposa, que no llegaba siquiera a los 15. Y «rien» (nada) volvió a ocurrir la noche siguiente, ni la otra, ni a la cuarta… Y así a lo largo de cerca de 2.500 veladas, siete largos años durante los que, se cuenta, el matrimonio entre Luis y María Antonieta no llegó a consumarse como tal.

El francés hacia visitas nocturnas a su esposa. Y con mayor o menor empeño, lo intentaba. Lo sabemos entre otras cosas gracias a la correspondencia de José II de Austria, hermano de María Antonieta, que tras visitar en persona a su cuñado escribió una carta desesperada (y con un punto cómico) en la que hablaba del paupérrimo desempeño de Luis XVI en las cosas del amor y la carne.

«Tiene erecciones muy condicionadas, introduce el miembro, se queda ahí quizás dos minutos sin moverse, lo retira sin eyacular y aún erecto da las buenas noches», confesaba José II a otro de sus hermanos, el futuro emperador Leopoldo II. «Y está feliz, diciendo que solo lo ha hecho por deber… ¡Y que no le encuentra gusto!»

El aristócrata austriaco no es el único que dejó por escrito sus impresiones o lo que sabía de la vida sexual de Luis XVI y María Antonieta. Sobre el tema habló el historiador contemporáneo Jacob-Nicolas Moreau y aristócratas influentes como el Conde de Fuentes, que ejercía de embajador de España, el Conde de Aranda y antes o después sus propios protagonistas, el Delfín francés y María Antonieta.

Por supuesto también se hablaba de la aparente torpeza (o falta de interés) sexual de Luis en las calles del París prerrevolucionario, que no perdió la oportunidad de componer sátiras jocosas y subidas de todo sobre el particular.

«Todo el mundo se pregunta por lo bajo: ¿El Rey puede o no puede? La triste Reina pierde la esperanza. Uno dice que no puede empalmarse. El otro que no puede entrar en ella», ironizaba un tema dedicado al miembro viril de Luis.

Que la vida sexual de Versalles despertarse tantísimo interés, en París, Francia y mucho más allá, entre la aristocracia extranjera, es más que comprensible. Que Luis XVI y María Antonieta consumasen y tuviesen una buen vida sexual (o al menos vida sexual conjunta, sin más) era en cierto modo un tema de Estado prioritario. De ello dependía ni más ni menos que la sucesión real.

Prueba de hasta qué punto preocupaba el asunto es que, además de José II, llegaron a implicarse en mayor o menor medida la María Teresa I de Austria, madre de María Antonieta, y el abuelo de Luis, Luis XV (el ‘Bien Amado’), quien ironías de la historia era conocido por todo lo contrario: su intenso y polémico apetito sexual. Se cuenta que en octubre de 1772 el viejo monarca francés llegó a convocar a los dos jóvenes en una reunión privada durante la que quiso comprobar en persona, sin mediadores, si los genitales de su nieto tenían algún fallo.

No es sorprendente. No hay indicios de que Luis estuviese interesado en los hombres. Y más allá de las chanzas y murmuraciones, la precaria vida sexual de Luis y María Antonieta dejaba botando una pregunta: si el problema era él (sobre ella corrían rumores en sentido contrario, que hablaban de escándalos sexuales), ¿qué le pasaba a Luis? Teorías había unas cuantas. Muchas. De todo pelaje.

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Había quien creía que se trataba de una cuestión de magia y que el Delfín estaba bajo el influjo de un hechizo. Otras versiones achacaban la pobre vida sexual del francés a su timidez, juventud, un retraso de la pubertad, problemas glandulares, diabetes, el sistema endocrino o que era un ser «indolente» hacia el sexo.

La teoría más extendida y sobre la que parece que más se hablaba en la época, dentro de los círculos más próximos a Versalles, es bien distinta: fimosis.

Al tener sexo (o intentarlo) el joven sentiría dolor, lo que le llevaba a desistir y frustraba su deseo. El Conde de Aranda se hacía eco de esa versión de forma pormenorizada en una carta recogida hace unos años por ABC: «Dicen que el frenillo comprime de tal forma el prepucio que este se afloja en el momento de la penetración y le produce un dolor que obliga a su majestad a moderar el impulso».

«Otros presumen que dicho prepucio es tan adherente que no se puede aflojar lo suficiente para permitir la salida de la extremidad peniana, lo que impide que se produzca una erección completa», señalaba el aristócrata español, quien se permite incluso dejar sus propias impresiones. Si el problema es el frenillo, escribe, no se trataría de algo tan excepcional y el problema real sería el carácter de Luis.

«Es algo que sucede a muchas personasen sus primeros intentos, pero como esas personas tienen mejor apetito carnal que su majestad, a causa de su temperamento o de su inexperiencia, con el calor de la pasión, un gemido y buena voluntad, el frenillo se rompe en su totalidad, o lo bastante para continuar», relataba.

Una versión similar debió de manejar José II, quien se cuenta que llegó a convencer a su cuñado para que se operase. Si el problema era o no el frenillo es más complicado. María Teresa recibió un informe que aconsejaba la cirugía, pero tras examinar a su nieto Luis XV concluyó que aquello no era necesario.

Se trataba de esperar.

Y no se equivocó.

El matrimonio tardó en consumarse, mucho, siete largos años repletos de teorías, bromas, murmuraciones, enfados y desesperación (y alegría) en no pocas cortes europeas; pero al cabo de 2.500 noches, el problema pareció solucionarse.

«Estoy muy feliz. Hace ocho días que el matrimonio está totalmente consumado. La prueba se ha repetido y ayer de una forma más completa«, relataba María Antonieta a su madre en 1777. El propio Luis XVI confesaba a sus tías que había descubierto «el placer» y se lamentaba de «no haberlo conocido tanto tiempo».

La pareja tuvo descendencia. Cuatro hijos.

Poco tiempo más de felicidad le quedaba, sin embargo. En 1789, iniciada la Revolución francesa, el problema dejó de ser el lecho y pasó a ser la guillotina. No faltan teorías que sostienen que en el ánimo del pueblo y la imagen que tenía de la realeza francesa influyó la atribulada vida sexual de ambos monarcas.

Imágenes | Wikipedia 1, 2 y 3

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En 1772, un grave asunto preocupaba a las élites de Francia y del resto de Europa: su rey era un inútil sexual

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Carlos Prego

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