Las batallas y las guerras siempre dejan vencedores y vencidos, pero en algunos casos se producen sorpresas inesperadas debido a la aparente ventaja de unos y el sorprendente desenlace con la victoria del otro. Ahí están relatos como el de la invasión de Reino Unido tratando de conquistar Tenerife sin saber lo que había dentro. La que se dio en Malvinas tuvo el final esperado, pero lo que nadie podía imaginar es con qué se iba a defender Argentina.
Una guerra desigual. La Guerra de las Malvinas (1982) enfrentó a la Fuerza Aérea Argentina (FAA) contra el Reino Unido en un conflicto donde la superioridad tecnológica británica era más que evidente. Mientras los Sea Harrier británicos contaban con radares avanzados y misiles AIM-9 Sidewinder, los aviones argentinos carecían de sistemas de alerta de radar y contramedidas electrónicas. Es más, los A-4 Skyhawk, Mirage III, Dagger y Canberra operaban sin sistemas de autodefensa contra los misiles guiados por radar, como el Sea Dart, lanzado desde destructores británicos.
El piloto Pablo Carballo, veterano de Malvinas, explicó años después a un oficial de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que los pilotos argentinos no sentían miedo cuando se activaba un receptor de alerta de radar porque sus aviones simplemente no tenían uno. Aquella falta de equipamiento dejó a la FAA con una única opción: recurrir al ingenio para crear sus propias contramedidas.
Contramedidas electrónicas. El denominado como chaff, utilizado desde la Segunda Guerra Mundial, consiste en tiras metálicas que saturan los radares enemigos con señales falsas. Vendría a ser algo así como las medidas/señuelos contra electrónicas de nuestro tiempo.
Plus: Argentina poseía información detallada sobre los radares británicos, ya que la Armada operaba dos destructores Tipo 42, gemelos del HMS Sheffield. Con un “pero”: la FAA no contaba con una industria desarrollada para producir chaff a gran escala, por lo que recurrieron a medios de lo más improvisados.
Sea Harrier británico
El secreto está en la pasta. Los primeros intentos de producción comenzaron en la Base Aérea Militar (BAM) Comodoro Rivadavia en mayo de 1982. Al no disponer de equipamiento especializado, un grupo de oficiales ideó un método rudimentario: reclutaron a estudiantes de la provincia de Entre Ríos para cortar tiras de aluminio a mano. ¿El problema? La producción era insuficiente.
Como contaban en The War Zone, fue entonces cuando un suboficial técnico propuso una solución inusual: utilizar una máquina industrial para hacer pasta y fideos. Aquella máquina, tomada prestada de la fábrica de pastas Napoli, tenía cuchillas del tamaño exacto para cortar las tiras de aluminio de manera eficiente. Así, el equipo trabajó 24 horas al día durante una semana para fabricar suficiente chaff que pudiera ser utilizado en combate.
Despliegue y dificultades. Con la producción asegurada, se improvisaron métodos para lanzar el chaff desde los aviones. En el Mirage III y Dagger se enrollaban tiras de chaff en paquetes envueltos en papel higiénico y cinta adhesiva, que luego se colocaban en los aerofrenos de los aviones. Esto tenía un problema: los pilotos abrían los aerofrenos durante el vuelo para maniobrar, lo que podía hacer que el chaff se dispersara antes de ser útil.
Para los C-130 Hércules, el chaff se colocaba en bolsas atadas con cuerdas de tres metros, que se lanzaban manualmente desde las puertas traseras para crear una cortina de interferencia contra los radares enemigos. Finalmente, con los Canberra Mk 62 fue con la única unidad que se utilizó un sistema parcialmente exitoso. Se instalaron siete lanzadores en la parte trasera, con cartuchos que contenían chaff y bengalas.
Un Douglas A-4 Skyhawk de la Fuerza Aérea Argentina en 1982
El día “D”. Así, el 2 de junio de 1982, el sistema se aprobó en un A-4C Skyhawk con lanzamientos desde distintas altitudes, aunque no se lograron resultados efectivos. Otros intentos incluyeron el uso de cohetes FFAR para dispersar chaff y la modificación de misiles Shafrir 2, aunque ninguno resultó realmente viable.
Uso en combate. El 1 de mayo de 1982, durante una misión de bombardeo sobre las fuerzas británicas, tres Canberra Mk 62 despegaron de Trelew con el sistema de chaff y bengalas. El piloto Eduardo García Puebla relató cómo logró evitar dos misiles AIM-9L Sidewinder lanzados por un Sea Harrier gracias al uso del sistema improvisado. Sin embargo, otro Canberra no logró activar sus bengalas y fue derribado por un misil británico.
Días después, de nuevo, otro Canberra fue destruido por un misil Sea Dart del HMS Cardiff sin siquiera haber desplegado chaff. No está claro si las contramedidas fueron realmente efectivas en algún otro episodio, principalmente porque los reportes británicos no mencionaron misiles desviados por estas técnicas (y es muy posible que ni lo supieran).
El legado. El final de la contienda es conocido (aunque nunca ha terminado del todo). Tras 74 días de batalla ciertamente desigual, Reino Unido recuperó las Islas Malvinas. El conflicto terminó exactamente el 14 de junio de 1982 con la rendición argentina. Sin embargo, el intento de la FAA de utilizar chaff fabricado artesanalmente con una máquina de pasta es un testimonio del ingenio y la determinación en condiciones de inferioridad tecnológica.
Aunque el sistema tuvo resultados más bien limitados, demuestra cómo en la guerra los recursos disponibles pueden convertirse en soluciones improvisadas. Para la historia de las contiendas, el único conflicto conocido donde una máquina de hacer pasta formó parte de las contramedidas militares.
Imagen | Argentina.gob.ar, Magic Madzik, U.S. DefenseImagery
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La noticia
En 1982 la Guerra de Malvinas dejó algo inusual: Argentina combatió los misiles británicos con una máquina de hacer pasta
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Xataka
por
Miguel Jorge
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