Necesitamos más películas como ‘Novocaine’. Acción directa y al grano con un ADN de comedia que se niega a ser más de lo que realmente es
Nos hemos acostumbrado a que las películas de las que más hablamos tengan presupuestos imposibles. Tanto, que las cifras nos bailan en la cabeza y no somos conscientes de la cantidad de billetes que se han tirado al vacío: ‘Estado Eléctrico’ ha costado 320 millones; ‘Blancanieves’ 209; ‘Fast & Furious X’ 379. Números imposibles que nos hacen plantearnos seriamente si la lucha por el éxito está unida de manera obligada a una inversión millonaria, y si realmente no hay cabida ya para un gasto medio, como ocurría antaño. En vez de poner un huevo muy grande en una cesta, es fácil imaginar que podrían colocar muchos huevos pequeñitos y así no arriesgarse si uno de ellos se rompe. ‘Novocaine’ viene a demostrar que sí, se puede… siempre que no le pidas más de lo que puede dar.
No hay dolor
‘Novocaine’ ha costado solo 18 millones de dólares, y, como la mayoría de películas de este presupuesto, se esfuerza para que cada uno de ellos luzca en pantalla. Al fin y al cabo, es una comedia de acción muy consciente de su propia identidad de mero entretenimiento: no pretende ser ni más ni menos de lo que es, y este descaro juega siempre a su favor gracias a unas vibrantes y loquísimas escenas de acción, un gimmick fabuloso para su protagonista y el carisma indeleble de Jack Quaid.
La película, dirigida por Dan Berk y Robert Olsen, sabe modelar a la perfección los cuatro datos que necesitamos saber sobre su personaje principal, Nathan Caine, un marginado social que no es capaz de sentir dolor. Para ello, deciden sabiamente centrarse en su faceta más festiva sin darle un trasfondo especialmente doloroso (solo permiten que transluzca, sin incidir en el drama) ni mostrarle como un héroe de acción definitivo al estilo de ‘John Wick’ o ‘Nadie’. Puede que su cuerpo sea de una película de acción, pero su alma es de una comedia romántica más o menos disparatada.
Y en esa libertad que le da el hecho de que el género prácticamente haya caído en el olvido radica su mayor virtud. Dicho de otra manera, no hay un solo minuto de la película en el que vayas a mirar el reloj esperando su final: siempre hay una loca escena de acción, una muerte sádica inesperada o un diálogo que cae en gracia esperando tras la esquina. En ese sentido, es cine como el de antaño, de ese que no necesita ni crear sagas ni pasar del mero divertimento, que te coge del hombro y te dice «Vamos a pasar un buen rato». Y en este panorama de películas que pretenden siempre trascender de una manera u otra, es de agradecer.
Polis y cacos
En su mayor acierto está también su mayor penitencia. Es precisamente al subrayar esta humildad donde se echa de menos un poco más de arrojo tanto en la trama -que no deja de ser una historia que hemos visto mil veces- como en el apartado visual, que, más allá de un par de escenas donde los directores se lucen, sabe a poco, como un polvorín a punto de explotar que nunca termina de darnos el festival de fuegos artificiales que promete. ‘Novocaine’ es acción para todos los públicos, un chupito ensangrentado que podría habernos dado un tremendo subidón pero se conforma con seguir adelante sin dar traspiés por el camino.
Sin embargo, no me gusta criticar a las películas por lo que yo quiero que sean y no por lo que son. Al fin y al cabo, ‘Novocaine’ lucha fervientemente por recuperar el estilo de las comedias de acción románticas y socarronas de antaño, envuelta en un ambiente que parece sacado de otra época: va directa, al pie, sin emborronarse con subtramas inútiles ni pretendiendo elevarse a los altares del cine. Es genuinamente divertida, única a su manera y te irás de su proyección esperando que nunca hagan una secuela porque no es necesaria en absoluto. Ya es más de lo que puedo decir de más de la mitad de los blockbusters del año pasado.
Además, es lo suficientemente inteligente como para no sobreexplotar su concepto inicial (un hombre que no puede sentir dolor contra una banda de villanos que han secuestrado a su chica) haciendo que, chiste tras chiste, se sienta redundante. En este sentido, tiene una estructura de videojuego, en la que el héroe debe pasar por distintos niveles mejorando sus habilidades y consiguiendo aliados hasta llegar al «jefe final», sin que en ningún momento esta evolución escalonada de los acontecimientos se haga repetitiva u obvia. Ni Caine se vuelve invulnerable y aprende a pelear de la noche a la mañana, ni acaba teniendo superpoderes de ningún tipo: ‘Novocaine’ es consciente de que la gracia es que su protagonista sea un mindundi con una enfermedad que no le otorga invulnerabilidad, sino tan solo mayor resistencia.
No es perfecta, pero tampoco lo intenta. ‘Novocaine’ es un retorno a la acción y la diversión sin complejos (ni presupuesto) que nunca se debió ir de nuestras pantallas, con sabor atemporal, mucho carisma, un par de escenas de pura carcajada y casi dos horas de auténtico goce que nunca se sienten excesivamente largas. Por supuesto, hay películas de acción mejores, con mayor determinación, más violencia explícita y un humor mucho más negro, pero esta es su versión amable, divertida, sencilla y refrescante. Ojalá los estudios se dieran cuenta de que necesitamos urgentemente más películas como esta para recordar que el cine no se mide tan solo en eventos y «películas para ver en casa». Hay un sincero punto medio tan gratificante como brutalmente ocurrente que nunca debimos dejar ir.
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Necesitamos más películas como ‘Novocaine’. Acción directa y al grano con un ADN de comedia que se niega a ser más de lo que realmente es
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Randy Meeks
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