El impuesto a las bebidas azucaradas ha sido un éxito rotundo. Y hay quien quiere extenderlo ahora a la sal

El impuesto a las bebidas azucaradas ha sido un éxito rotundo. Y hay quien quiere extenderlo ahora a la sal

A principios de semana, Chris Hilson, profesor de la Universidad de Reading, reunió a la prensa y presentó el informe más ambicioso que se había hecho para analizar el impuesto al azúcar del Reino Unido.

Sus datos eran rotundos: desde que se introdujo el impuesto, el contenido de azúcar en las bebidas se ha reducido un 44%. Sin embargo, Hilson no quiere quedarse ahí.

¿Por qué no usar este enfoque para mejorar los alimentos, abordar la epidemia de obesidad e impulsar una dieta saludable y sostenible? ¿Por qué no lanzar, por ejemplo, un impuesto a la sal?

¿La sal? Efectivamente. La sal lleva muchos años en el punto de mira de médicos, nutricionistas e investigadores sanitarios. Y con razón: reducir la ingesta de sal es una de las maneras más sencillas y rentables de reducir la incidencia de enfermedades como la hipertensión arterial, las enfermedades coronarias o los accidentes cerebrovasculares.

El problema es que ni siquiera sabemos cuánta sal consumimos. Y no lo sabemos porque es muy difícil de saber: según las encuestas disponibles, aproximadamente el 70% de la sal que consumen las poblaciones occidentales proviene de alimentos procesados.

El «aproximadamente» es clave. No es algo fácil de medir a nivel individual y ni siquiera los análisis biométricos (como los de orina) son muy precisos a la hora de determinar el consumo. Pero sabemos que, si descontamos el efecto de otros factores críticos, agregar sal a comidas en la mesa está relacionado con una reducción de más de dos años la esperanza de vida en hombres y alrededor de un año y medio para las mujeres.

No es, visto lo visto, algo menor.

¿Pero qué podemos hacer? Ahí entra la idea de Hilson: «es vital extender el impuesto al azúcar a todos los alimentos procesados. El impuesto actual ha logrado reducir el azúcar en los refrescos, pero necesitamos ver el mismo éxito en productos como batidos, galletas, yogures y cereales para el desayuno para mejorar la salud pública», decía.

En el fondo, según los datos de su equipo, unas regulaciones bien diseñadas en el sector alimentario en general podrían traducirse en «un medio ambiente más sano, así como en una población más sana».

Un impuesto que siempre acaba volviendo. Es curioso porque los impuestos a la sal han sido, históricamente, uno de los impuestos más impopulares. Desde la gabela francesa a los movimientos nacionalistas indios, la sal ha jugado un papel muy importante en la conformación de las sociedades políticas contemporáneas.

Es cierto que el impuesto actual que se está barajando en lugares como el Reino Unido es muy distinto a los que fueron desapareciendo a lo largo del siglo XX. La importancia y la escasez de este recurso cambió de forma radical con nuestra capacidad técnica. Sin embargo, no deja de ser curioso que sea este compuesto el que está en la picota.

A medida que epidemias como la de la obesidad crecen, cada vez más expertos creen que los estados deberían tomar cartas en el asunto. Sobre todo, en sistemas de bienestar como los europeos. La evidencia muestra que este tipo de intervenciones son efectivas. No obstante, aún estamos dando los primeros pasos en este campo.

Imagen | Timo Volz / Victoriano Izquierdo

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El impuesto a las bebidas azucaradas ha sido un éxito rotundo. Y hay quien quiere extenderlo ahora a la sal

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Javier Jiménez

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