En ‘Mi única familia’ Mike Leigh dispara brillantemente a nuestros propios prejuicios. Lo hace con el retrato de una persona insufrible a la que aprendemos a querer
Todos conocemos a este tipo de persona. La típica que te hace esperar en la cola del supermercado porque se está quejando de que las latas de tomate frito han subido veinte céntimos, o que te grita por la calle por cualquier absoluta sandez. Normalmente los consideramos, muy rápidamente y tal como nos han enseñado los modismos sociales, brechas en el sistema, personas que están pasando una mala época o, simplemente, gente con la que no merece la pena discutir. Sin embargo, Mike Leigh convierte a alguien así en la protagonista absoluta de ‘Mi única familia’ solo para demostrarnos una cosa: que hasta la persona más marginada merece compasión.
Verdades como puños
Para ello, el director de ‘Happy’ o ‘Another year’ vuelve la cabeza hacia un personaje tan frustrante como difícil de soportar (en la vida real): Pansy, una mujer afroamericana que vive en un constante estado depresivo y que demuestra, con el paso de cada escena, que lo único que necesita es un poco de comprensión. Entre la incómoda comedia inherente a su visión del mundo y el drama proveniente de todo lo que la rodea, el personaje acaba abriéndose, muy poco a poco, y dejándonos ver qué hay detrás de los gritos, la frialdad y el disparate constante.
Para ello no suaviza su actitud, que se vuelve cada vez más reprochable. De hecho, Pansy ahoga a todo el que toca, como su recluido hijo Moses o su sufrido marido Curtley. Ella es el alma de una cinta que navega constantemente en el dolor, convertido en familiaridad, de una persona deprimida y convencida de que nadie puede quererla. No así, no de esta forma, no siendo consciente de sus actitudes tóxicas. El fantástico guion es capaz de poner en primer plano sus necesidades, sus anhelos y, ante todo, su frustración, especialmente en una escena en la que, por fin, es capaz de revelar sus ansiedades más íntimas a los suyos. Pero, en la fascinación por el modelado perfecto de este personaje, se pierde en lo demás.
Leigh pierde muy pronto el rumbo de la trama, especialmente en lo concerniente a Moses, al que se le intuye una compleja relación con su familia, pero queda ensombrecido y desdibujado a lo largo de todo un metraje que vive fascinado por su personaje principal y la relación con su hermana, e ignora todo lo que le rodea, especialmente tras de la durísima gran revelación en el cementerio que pone todas las tramas bajo una nueva luz y sitúa al espectador de manera obligada en el desesperado punto de vista de Pansy, que tapa el resto de nobles intentos por insuflar emoción al resto del reparto.
Señora, suélteme el brazo
Aunque no siempre lo hace, cuando ‘Mi única familia’ acierta, lo hace por todo lo alto. El juego entre la comedia incómoda y el melodrama desolador está lo suficientemente bien compensado como para que en ningún momento la película pierda su rumbo. No puedo decir que sea una experiencia agradable (no es lo que intenta, en todo caso), pero sí distinta a lo que la gran mayoría de estrenos muestran hoy en día. Tiene, al igual que Pansy, una extraña dignidad, caminando durante todo su metraje con la frente erguida. Pese a sus errores, se lo ha ganado con creces.
En todo caso, si no disfrutas del retrato de un personaje consciente de su propia personalidad asfixiante, no todo está perdido: es imposible no dejarse llevar por la increíble actuación de una Marianne Jean-Baptiste que, de alguna manera incomprensible, no tuvo peso en toda la campaña de premios. Algo difícil de concebir tras ver su interpretación superlativa, capaz de añadir matices y gestos que aportan capas y tridimensionalidad a una protagonista que, con un casting equivocado, habría sido insufrible.
Si te la encontraras por la calle, evitarías a Pansy, la mujer que siempre está buscando pelea, incapaz de dejarse llevar y de siquiera concebir que no merece la pena luchar hasta la muerte en todas las peleas, por insignificantes que sean. Sin embargo, evitando muy conscientemente la pornografía sentimental, Leigh la presenta bajo el foco de la empatía, por costosa que esta sea. La propuesta del director no trata de descubrir qué le ocurre o cuáles son los orígenes de su trauma (esquivar la lágrima fácil es una de las mejores ideas que la película pone encima de la mesa), sino, simplemente, entender que hay personas rotas que ni siquiera el mayor de los amores puede recomponer.
No es que Pansy no soporte el mundo: es que ni siquiera se soporta ni entiende a sí misma. Su vida es un castillo de naipes que ha caído hace tiempo, y las piezas del puzzle que la componen se han perdido hasta el punto de que tanto su hijo como su marido la han dado por perdida. Su único refugio, la rabia continua. La auto-consciencia de ser insoportable. El eterno dolor de saber que, por mucho lo intentes, nadie te puede querer. ¿Cómo, si no te puedes querer ni un poquito a ti misma?
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En ‘Mi única familia’ Mike Leigh dispara brillantemente a nuestros propios prejuicios. Lo hace con el retrato de una persona insufrible a la que aprendemos a querer
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Randy Meeks
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