‘Vermiglio’ es una película para que los cinéfilos y los críticos disfruten. El público general puede aprovechar para echarse una siesta mientras tanto

'Vermiglio' es una película para que los cinéfilos y los críticos disfruten. El público general puede aprovechar para echarse una siesta mientras tanto

Perdón. Pido disculpas de antemano, porque lo que voy a escribir no es lo que la comunidad cinéfila quiere escuchar de una película como ‘Vermiglio’, calificada desde su primera proyección en el Festival de Venecia (donde ganó el Gran Premio del Jurado) como una belleza que atesorar en cada fotograma, con una sutileza extraordinaria y repleta de matices. Siento decir que me he sentido en una especie de engaño colectivo con una película bella de ver, sí, pero que se limita a observar a sus personajes muy, muy lentamente.

En un pueblo italiano al pie de las montañas

Hay algo fascinante en ‘Vermiglio’. ¿Cómo no va a dejarnos pasmados la vista continua de los Alpes italianos desde la perspectiva de un pequeño pueblo aislado de todo durante la II Guerra Mundial? Es como un imán para nuestros ojos, fascinados ante tanta belleza natural, rodado con tino por Maura Delpero, que sabe resaltar la sobriedad del lugar, las imponentes montañas que lo rodean, la tenue luz de unos habitantes que están por estar, sin que nada pueda perturbar su rutinaria paz más allá de los escándalos familiares. Que haberlos, haylos.

Delpero, con gran destreza, nos hace sentir como invitados a este pueblo y, más concretamente, a las vidas de su familia protagonista, entrando y saliendo de las escenas, en ocasiones, a media res, y procurando ser objetiva con lo que ocurre, sin centrarse en dramatismos innecesarios o giros tan sorprendentes como artificiales. Realmente logra que nos metamos en la vida de esta remota villa de montaña, bebamos con ellos, aprendamos en la escuela, notemos la opresión patriarcal. El problema es que por el camino, y buscando esta objetividad, la película se olvida de hacernos sentir absolutamente nada.

‘Vermiglio’ es una de esas películas de festivales en las que todo el mundo parece moverse a la mitad de velocidad que una persona normal. Sacan leche de una vaca con parsimonia, sirven el desayuno con languidez, caminan a sus quehaceres diarios con la cabeza gacha. No hay ningún revulsivo que cambie esto en ningún momento, y ni siquiera las alegrías momentáneas pueden cambiar este ambiente de continua pesadumbre, de dilación del tiempo constante, de un sosiego casi criminal. A veces se confunde la quietud con el cine de autor y de calidad y, tristemente, creo que este es, sin duda, el caso.

Si no vuelves pronto iré a buscarte donde estés

La narrativa de la película no sigue un camino clásico de inicio, nudo y desenlace, sino que se trata de un río que vemos fluyendo y que jamás veremos desembocar. Porque el agua, al fin y al cabo, sigue corriendo. Esto puede resultar frustrante, ya que solo una de sus múltiples historias tiene una especie de resolución: el resto siguen adelante como la vida, que no se para nunca para ser representada delante de una cámara. Ni las clases del profesor, ni los borrachos del bar o los renegados de la guerra que viven ocultos se muestran con absoluta naturalidad: nunca parecen leer nunca un guion o tener una historia marcada. Es, desde luego, apreciable, pero su apabullante desánimo, que a tantos les ha parecido apasionante, a mí me ha resultado cargante y -por qué no decirlo- aburrido.

Hay drama en ‘Vermiglio’, sí, pero es el que los espectadores decidimos sacar de él, porque la observación continua de Delpero lleva a que, muchas veces, ni siquiera sepamos cuáles son las opiniones de los propios personajes sobre lo que les ocurre. Nuestra labor no es solo la de público pasivo, sino que debemos inferir mucho más de lo que la película nos ofrece: no es fácil sacar conclusiones cuando solo conocemos los retazos de la personalidad de unos personajes que hablan poco y de los que apenas vemos un bosquejo.

Debo reconocer que me siento mal escribiendo esta crítica. Mal, porque, como crítico y cinéfilo, sé de antemano lo que se espera: loas, flores, parabienes, gloria y rendición absoluta ante la elegida por Italia para ir a los Óscar. Pero, honestamente, no puedo dedicarme a glosar los motivos por los que ‘Vermiglio’ me ha encantado cuando la realidad es que me aburrí como una ostra durante sus dos horas de metraje. Muy bello en sus parajes, sí, pero la asombrosa hermosura de los Alpes no es precisamente un descubrimiento de la película.

Me encantaría decir que, limando la superficie, tenemos un increíble retrato de las dinámicas de poder en una sociedad aislada del mundo en su momento más caótico, pero, por una vez, creo que bajo la superficie se mantiene tan solo una endeble insinuación de lo que podría haber sido una película mejor si, en vez de centrarse en simplemente mostrar, hubiera tomado partido en la trama. Si eres un cinéfilo de festivales que busca el cine de autor más alejado del circuito comercial, es muy probable que disfrutes ‘Vermiglio’, pero, definitivamente, no es una película para que el público general salga satisfecho. Medio dormido, tal vez.

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‘Vermiglio’ es una película para que los cinéfilos y los críticos disfruten. El público general puede aprovechar para echarse una siesta mientras tanto

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por
Randy Meeks

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– ¡Hola! Soy Nicolás Jiménez Silva, un apasionado por el mundo digital, el cine, el streaming, la tecnología y la ciencia. En este blog, exploro mis intereses, comparto mis opiniones y descubrimientos, y me sumerjo en las últimas tendencias. ¡Espero que disfrutes de la lectura!

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